Las olas batían los granos de arena, besando la orilla.
Un rumor de alas acompañaba este vaivén. El sol deslumbraba con los primeros
rayos, cuando la sirena asomó por entre las aguas. Primero asomó su cabeza, con
su tersa piel y los cabellos hasta los pies. Un pescador que aquella mañana
negociaba de nuevo con la mar se quedó petrificado ante tanta belleza. Tan sólo
sus ojos y su boca podían detener el Universo. Y el vaivén de las olas fue
descubriendo su cintura, sus recién estrenadas piernas, inaugurando su vuelta a
la Tierra. Posaba sus pies en la arena como se posan las mariposas en las
coles, acariciándolas suavemente. Miró a las gaviotas, no sabía que pudieran
volar. Desde el océano sólo eran seres que se sumergían para cazar y ahora las
veía tan majestuosas, tan sublimes. Y echó a andar, saboreando cada paso como las
caladas de agua salada. ¿Hacía donde se dirigía, pensó? Y una voz interior le
respondió: vas en busca de la Madre Tierra. Y de repente le vinieron los
recuerdos de su vida anterior, había sido humana antes que sirena, ahora
emprendía el camino de vuelta. Y siguió caminando, el eco de las olas ya era un
rumor lejano y la envolvía el ajetreo de la mañana en la lonja. Entonces
preguntó a un señor sentado en un banco de la plaza: ¿Perdona, dónde puedo
encontrar a la Madre Tierra? Y el señor sorprendido ante tal cuestión le respondió:
en el nacimiento del río de la vida, dicen que a veces se aparece la madre
tierra, tienes que subir al monte de Finisterre y ojalá tengas suerte. Gracias
buen hombre, le contestó. Y emprendió la subida al monte, piedra a piedra,
siguiendo su camino firme y decidida, disfrutando de la experiencia de estar de
pie a lomos de la montaña mágica. Cuando llegó a una altura donde se veía el
horizonte y la ría de Finisterre, descubrió un árbol muy peculiar. De sus ramas
no colgaban frutos normales, no tenía frutos secos ni nada que se le pareciera.
En su lugar se ofrecían al viajero pequeños deseos. El viento soplaba con
fuerza sacudiendo sus hojas, creando un baile entre el árbol y la brisa, donde
la coreografía dibujaba cometas platedas. Ni corta ni perezosa, la sirena
humanizada probó uno de sus frutos. Por un instante deleitó el mejor sabor que
había probado nunca, un brebaje que la llenó el cuerpo y el alma. Se sentía con
fuerzas para continuar su andadura, convencida de que encontraría a madre
tierra en lo alto de la montaña. Cuando llegó vio el nacimiento del río de la
Vida y aguardó la llegada de Madre Tierra, pero nadie apareció por el lugar. En
una vieja cueva celta se dispuso a dormir. Soñó que viajaba en una barca a la
deriva en una noche de luna llena, se encontraba perdida, ante el rugir de las
olas contra el pequeño bote. Cuando de repente la luna le habló: …recuerda
quién eres… Y de la impresión se despertó y sin dudarlo, caminó hacia el
nacimiento del río de la Vida para mirarse en el reflejo del agua, y lo que vio
fue la imagen más hermosa del mundo: todo el planeta cabía en su mirada, las
raíces, los árboles y las plantas, los animales, las montañas y los ríos, todos
los seres que poblaban este sagrado planeta cabían en su mirada, estaba mirándose
con amor y sabiduría, porque ella era la Madre Tierra.
Cariño que cuento tan bonito¡¡ y lo más mágico fue tu improvisación en directo, eres un artistaaaa¡¡ tq
ResponderEliminarGracias Madre Tierra!
ResponderEliminares un regalo sentirse tan cerca de tu alma
ResponderEliminarlas Noelias te queremos todo el rato